Darinka, mi tieta.

Ayer velamos a mi tía/madre. A veces el dolor se me hace insoportable. Me acordé de una parte de mi libro Fui Gemela, en la que la retraté ya de viejita.

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…»La Tía se había caído una vez más. Desde que el Tío había muerto, veía televisión, y después venía abajo a contarlo. Estaba cada vez más chiquita ¿Cuándo fue que se volvió así? Su batón dejaba ver sus brazos desnudos, flaquitos. Parecía una nena. Yo la miraba mientras ella le contaba a Bautista lo del cable. Se avergonzaba de olvidarse las palabras y se embrollaba. ¿A quién le tiene que dar explicaciones a sus ochenta y cinco años? La Tía, vieja, con el pelo blanco atado en una cola de caballo, contaba sobre la pizza de mariscos que hicieron en un pueblito de Asturias.
—O no, era en Hamburgo, o después vino lo de Hamburgo, y eso era en… bueno, no importa –decía— la cosa era esa pizza …
Estaba sentada en la silla de la computadora que le había cedido Bautista y a cada rato se resbalaba, las piernitas apenas le llegaban al piso, lo tocaba con las puntas de los pies.
—Che tía, sentate bien, a ver si no te caes…
Parecía un gorrioncito la vieja. Intentaba acomodarse más atrás pero apenas se movía.
…es difícil sentarse en una silla con rueditas -seguía Bautista.
—Sí— decía sin escuchar— la pizza, ¿vos sabés? Tenía tantas cosas que yo digo más que pizza, era otra cosa.
¿Hace cuánto que no hace pizza esta mujer?
—¡Ahora las cosas son tan distintas! Cuando teníamos el negocio, nooo…te la tiraban por la cabeza!
Ella amasaba como su madre. Setecientas pizzas un sábado fue el récord familiar. Ahora se cansaba de todo, de subir, de bajar, de mirar por la ventana.
—Mirá vos— decía Bautista.
¿Cuánto tiempo me quedará a mí para que me llegue esa hora, y me levante a la noche porque no pueda dormir de los dolores y me prenda la tele y me haga una leche tibia? ¿O me llegará como a Fanny, en lo mejor de mi vida?

—Claro que como no escucho bien no sé si era en Asturias o Hamburgo, o si lo de Asturias vino después, yo no sé.
Pero a ella igual le gustaba ese programa, porque daban paisajes.
—Y siempre es mejor ver paisajes y al chino ese haciendo una pizza rara que ver las patadas que le daban al ladroncito ese por la televisión, la gente está loca ¿Vos sabés cómo le pateaban la cara? Dieciocho años tenía, para qué matarlo, aunque hubiera robado no sé cuántos dólares o no sé qué, una estupidez, entonces este programa del cable te distrae, aunque no sea una verdadera pizza ¿no?»

 

 

De Fui gemela.

A mi tía, que seguro, sigue rezando por mí.

¿USTED ES FELIZ?

LIBRO FUI

Así me dijo el médico ayer. En tono de pregunta me lo dijo. Jamás me lo habían preguntado así. Con ese gesto adusto. La avenida Cabildo allá abajo. A lo lejos. El aire acondicionado dándome en la cabeza. El ruido que subía, típico de un veintitrés de diciembre.
¿Usted es feliz?
¿En qué sentido?
No filosofemos, me dijo, digamos en sentido general.
Yo podría morir hoy y estar satisfecha, si a eso se refiere. Pero ¿feliz?
La felicidad es un término tan subjetivo, cómo contarle de mi estado esta mañana al ver el violín sobre la mesa ,esperando en su caja antigua, por mis manos o la de mi hijo para que lo saquen de ahí, lo hagan sonar, lo vuelvan vida?
Cómo contarle que la lluvia cae mansa y frágil en los techos, el aire entra fresco, el cielo está gris y han puesto Mozart en la radio?
¿Cómo? ¿Eso constituye la felicidad? ¿Saber que mi hijo duerme en su cama, bajo mi mismo techo, es esa la felicidad? Para mí sí.

Pero hay otros momentos, en que mi pensamiento divaga, por los hospicios y las cárceles, las gentes bajo los techos de chapa y los que tienen malaria. He visto mucho por el mundo, he visto mucho de lo bueno como de lo  malo, para ser rotundamente feliz, esféricamente feliz.
Sé que tengo una sensibilidad extrema a situaciones que otros pasan de largo. ¿Ve? ¿Ve allá abajo, en la Avenida? Parecen hormigas , peor, parecen termitas, consumiendo, regalando a quienes odian, sólo un día, sólo por un día, buscan la foto. Yo no, me han sacado ya muchas fotos, no quiero más fotos de compromiso, ahora yo saco a quien quiero.

Si la pregunta está contestada me alegro, doctor mío, si no, lamentablemente le tendré que decir, que no, no soy feliz. Pero es mi esencia. Nací para ser enfermera sin fronteras y acá me tiene, casi una burguesa intelectual.

Sabe qué me gustaría, estar ayudando a los saharahuis, estar en Kabul, en Sodoma o en Gomorra, pero estar donde me necesitan los oprimidos. Pero todavía tengo un hijo a mi cargo que me necesita. Y bastante le hice vivir , al pobre, como para abandonarlo por los más necesitados. Mientras tanto, escribo, mientras tanto pinto, mientras tanto me hago la enferma y vengo a hablar con usted. Para probar que todos los psiquiatras son iguales. Recetan y adormecen a los sensibles llamándoles bipolares o TOC o ansiosos, como usted quiera, póngale usted el nombre que para eso estudió. Y le agradezco por eso Doctor, le agradezco.

Ahora soy yo la que pregunta: es  usted feliz sobre esta alfombra beige, con sus zapatos lustrados, los libros tan ordenados, el portero recogiendo la basura y usted teniendo que bajar a abrirme, quejándose del ruido de la avenida, cuando sabe que en el mundo hay injusticias extremas,  abusos de menores,  violaciones , asesinatos, hambre y mafias?
¿Va a brindar con champagne usted esta noche? Ah! no …usted no festeja la Navidad! Va entonces, a brindar con champagne el treinta y uno?
Por quién va a brindar Doctor, dígame ?
¿quién es el cuerdo aquí de los dos?

Me fui de aquel edificio, y respiré el aire cochino del colectivo 80, me apretaban  los trabajadores que volvían de su laburo. Reflexioné sobre la impulsividad y la necesidad de proteger a otros, como me dijo el Doctor. Y me sentí un poquito menos loca. Más humana.

( De FUI GEMELA)

Fui gemela

LIBRO FUI

Hace unos años , unos siete digamos, comencé a escribir esta historia en gran parte autobiográfica y en gran parte ficcionada, de dos gemelas: Flora y Norma. Al principio fueron apuntes tomados en una carpetita de word que decía Soy gemela. La cosa era anotar lo que me sucedía como gemela huérfana de padre, de madre ya lo había sido hacía rato.

No siempre tenía tiempo, pero siempre que podía, abría mi notebook, buscaba la carpeta y escribía. La condición era no mirar lo que ya estaba escrito. Así jamás podré asegurar que fue un diario, ni nada. Eran escritos sobre la gemelidad.

Unos años después, un amigo me invita a publicar en su sello de autores: Mono de Piedra. Me encantó la idea, pero como andaba con dos o tres cosas dando vueltas, y además estaban parando en casa Angie Urondo con sus hijos y su marido, medio para vacacionar y medio para editar los textos que después armaron el libro publicado por Capital Intelectual: ¿Quién te crees que sos?, le mandé una carta a Rob Krug, un gran amigo, escritor aunque lo niegue siempre, blogger y excelente lector de mis cosas y de la literatura en general, y le pregunté, che Rob ¿por dónde empiezo?

Me dijo que él creía que por el de las gemelas. Bien, cuando lo agarré y lo bajé a papel (habían pasado tres años desde que comencé con la carpetita de word) era un mamotreto que me había servido de catarsis tremenda, y que había crecido como monstruo de tres cabezas: no se sabía por dónde agarrarlo.

Como Angie y sus hijos se habían ido de la casa de veraneo y me quedé sola, comencé a escribirles a mis bloggers o escritoras preferidas. Con la que tuve suerte y la encontré en febrero dispuesta a ayudarme, fue con Daniela Pasik, que ¡ oh, casualidad! su blog era «una danixa» y así me llamaban muchos de mis conocidos. Quizá fue por esos desdoblamientos del destino, no sé, pero hablamos por Skipe, me acuerdo, y me dijo que me ofrecía una clínica a distancia, que íbamos a continuar en Buenos Aires, cuando yo volviera. No recuerdo si fueron dos o una vez a distancia y otra presencial, en el que me acuerdo que todo lo que me preguntaba yo lo había respondido ya en mi interior, pero que así contado, o así respondido como le respondía a ella sus preguntas, sonaban a …¿what?

En fin, yo arrancaba con otros proyectos, guiones, poesía, otra novela (la tercera que tenía escrita hasta la mitad o un poco más…) pero siempre volvía a «ser gemela». Hasta que por fin, me pareció tener una especie de historia fu y fa, como digo siempre. Tan autobiográfica como no. Y se la mandé a Gustavo López, el generador del sello de autor, Mono de Piedra. Nos encontramos, hablamos, me hizo sus correcciones, y yo me fui con mis alrededor de doscientas páginas bajo el brazo, diciendo, esto es una porquería. Pero me voy a hacer cargo de mis abortos, como nos decía un profesor de Bellas Artes, y la voy a continuar, sea para editar o sea para sacármela de encima. Así, pasaban los años, Gustavo seguía esperando que le mandara el texto final, y yo seguía dándole vueltas.

Hace tres años, creo, estaba navegando por Internet y escuché un reportaje a Pablo Ramos, que hablaba de cómo él se «abría» en sus talleres y cómo hacía «abrir» al otro, ahí no había trampas, ni falsas adulaciones, en sus talleres, decía ( y digo) se iba a revolver la herida hasta lo más asqueante que uno pueda soportar.

Fui a su blog, La arquitectura de la mentira, vi su dirección de mail y  que había lugar en sus talleres, y sin recordar que nos habíamos conocido años de años atrás, cuando él era compañero de mi hermana como talleristas de Liliana Heker, le escribí. Y cosa curiosa, no me presenté como yo, sino como la gemela de alguien que él seguro conocía…

Fui ese año, 2014, dos meses a su taller. Cuando comenzaba a leer cosas sueltas de mi novelita, me iba con la sensación de que estaba ( o había escrito) pura mierda, no tanto por él, que siempre o en general siempre me apoyaba con frases como «Ella sale con los tapones de punta», o cosas por el estilo, que me enorgullecían tremendamente, sino por las críticas de mis compañeros, que si por ejemplo, había uno que decía me encantó, había tres o cinco que decían que bla y que blo y que blu…

Pero seguí escribiendo y corrigiendo y sacando y poniendo. Haciendo cincuenta versiones de una misma cosa. Más autobiográfica. Menos. Más extensa. Menos. Más enfocada en la muerte de un personaje. Menos. Y así, cuando la terminé, la imprimí y la anillé, se la llevé a Pablo. Me acuerdo que me morí de vergüenza, pero cuando me dijo: seguí viviendo al taller, si te hace bien; me sentí de la cofradía, sentí lo mismo que en los grupos de anónimos que él cuenta en su libro y que yo conté en mis blogs.

No siempre podía leer, claro,  pero cada vez que lo hacía, sentía que se hacía un silencio muy grande, y cuando terminaba y los chicos (para mí los otros «talleristas» de Pablo, siempre van a ser chicos) abrían sus ojos y bajaban su mandíbula con ese gesto de «muy bien» que uno reconoce al toque; antes siquiera de que hablaran, porque a veces hasta se quedaban sin palabras para decirme qué sentían, yo, danixa, diana con minúscula, sentía por dentro que la estaba ganando. La batalla digo. Estaba ganando la batalla después de seis, siete años.

El año pasado fui un mes a lo de Pablo y le dejé la novela. Pero él no la leyó entera, cada vez que lo veía me decía algo con referencia a eso, pero me decía que no la había podido leer. Hasta que un día, me dijo que uno de sus hijos, el mayor: Nuncio Pettito, la había leído. Y no solo eso. Que le había gustado. Ahí me agrandé,  ahí me puse la mayúscula en el nombre Diana y también en el de Danixa, porque Pablo me dijo que su hijo era un muy buen lector; casi mejor que yo, mirá lo que te digo, me dijo con esa picardía que tiene, que uno no sabe si creerle o no. Pero desde entonces me dediqué a pulirla, hasta que dije listo, ya está. Un día de crisis existencial y física, apareció otra idea, otra novela en mi cabeza que desplazó por completo a esta que ya para ese momento era Fui gemela. Ya ni me interesaba editarla, ni mandarla a ningún lado, como buena geminiana, me había aburrido. Y además la otra novela, la que estoy escribiendo hoy, es la razón de mi vida.

Así que nada, fueron una serie de factores que se agruparon para que antes de irme a vivir lejos de esta tierra arrasada por un tipo que sabe muy bien lo que hace, aunque se haga el eterno Isidoro Cañones, y no teniendo más lugar aquí para pelearla, ni sintiendo que acá está mi casa; me decidí a publicarla por mi cuenta, sin depender de editores que están hasta las pelotas de manuscritos buenos y malos, o de editoriales que buscan pegarla con algo que los salve y los llene de dinero para poder publicar lo que realmente se les cante, de gente que como Gustavo López de Mono de Piedra, perdón Gustavo porque jamás te volví a llamar, jamás van a vivir de lo que hacen aunque le dediquen gran parte de su vida. Así fue en el siglo XIX y ahora. Hay golpes de suerte, factores que se conjugan y hacen que el éxito de una obra coincida con el tiempo en el que el que la escribió esté vivo, y pueda disfrutar del dinero que le proporciona ese éxito. Creo que a Pablo Ramos le está pasando. Y me alegro enormemente por eso. Se lo merece.

Con respecto a mí, y a mi obra, si él tiene ganas algún día, me escribirá el prólogo y buscaré editorial, o me presentará a «su» editora, como me dijo varias veces. Mientras tanto, yo sigo. Escribo y sigo. Eso y el haber sido gemela, no me lo puede quitar nadie.