(para aquel que no conozca la canción
pinche en el link)
él canta
grita cantando
canta en un grito
pide vida
noche y rock’n roll
canta una que sabemos todos los de acá
canta una que cantabámos en la infancia
una que nos dolió después o antes
rasguña las piedras
adolescentes un poco
tan sólo un poco
mayores que él
rasguñando las piedras de una celda
¡pero qué libres vamos a crecer!
y así creció
libre
tanto que da pavura
miedo de vieja nacida en dicta-dura como diría Ángela
¿sabrá él que su grito me duele como grito de guerra?
¿sabrá cómo lo escuchábamos cuando éramos chicos?
él es libre
y me dicen que no lo deje tanto
¿cómo se hace?
¿voy en contra de mis recuerdos
cuando los milicos ponían botas sobre las cabezas?
¿cuando se llevaban a los pendejos de los pelos?
cuando estudiábamos Formación Cívica
mientras ellos no sabían lo que significaba el sentido de la ética?
sólo me responde el silencio
ya ha callado su grito
por eso no me gustan
ni los cables que no comunican
ni los rostros tapados bajo las máscaras del anonimato
me gusta ver
mirar
directo a los ojos
para saber si me están mintiendo
sólo esto les puedo agradecer a los milicos:
haber desarrollado esa percepción tan clara
de saber cuando alguien es oscuro
miente
no da la cara
trabaja en las sombras.
¿O será su vergüenza?
Todas las pinturas que acompañan esta entrada, si se fijan bien, están hechas cuando terminó la última dictadura en este país. Yo me hice abstracta. Después supe que los abstractos eran como los herméticos, los primitivos, los originarios, tenían un mundo interno que reflejaba su miedo. Sus batallas. Y así pintaban. Para sacarse el miedo. O para mostrar su orden interior. Su adentro, era más armónico que el afuera, y viendo estas pinturas con la perspectiva que dan los casi veintiocho que han pasado desde que las pinté, me impresiona ver mi mundo, tan lleno de trazos como gritos. Tanta batalla dentro mío. Nunca más pude pintar el entorno. Y cuando murió mi padre y me abandonó el amor, dejé de pintar. NUNCA MÁS .Así decíamos en el 83. Lo sostengo todavía.
A Angelita Urondo y sus hermanos. A su padre Paco Urondo y a su madre Alicia Raboy, que rasguñan las piedras todavía para que nuestros hijos vivan en libertad.