Ensayo en tiempos del Antropoceno, de One Rock a Villefranche

Johann Jakob von Uexküll’s «Flying Aquarium» in 1914. Source: Johann-Jakob-von-Uexküll-Archiv at the Universität Hamburg.

Este escrito lo hice en el año 2019 para la Cátedra de Rolando Silla y Débora Swistun, Humanidad, evolución y ecología de la carrera de Antropología social y cultural de la UNSAM. Escuela EIDAES.

La consigna era relacionar todos los autores ( muchos de ellos son, o eran, apodados antropólogos de la mente) que habíamos visto durante el cuatrimestre con algo que hayamos visto o leído.

No sé si todo el mundo sabe lo que es el Antropoceno, pero sería interesante que vayan leyendo sobre él y haciéndose una idea a dónde fue que nos condujimos solos.

Les copio aquí algo sencillito que dice la Wiki sobre esta era: «El Antropoceno es una propuesta de época geológica por una parte de la comunidad científica para suceder o reemplazar al Holoceno, la época actual del período Cuaternario en la historia terrestre, debido al significativo impacto global que las actividades humanas han tenido sobre los ecosistemas terrestres» ( la negrita es mía).

Aquí les dejo mi texto: Ensayo en tiempos del Antropoceno. De One strange rock a Villefranche. Pido disculpas a los que les resulte un tanto difícil por desconocimiento de los autores, pero si me escriben en los comentarios, con gusto les cuento sobre cada uno, ya que son, diría, parte de mis antropologxs preferidos.

Ensayo en tiempos del Antropoceno. De One strange rock a Villefranche

El encuentro de las mentes teje toda una cuerda,

pero mientras la vida continúe siempre habrá cabos sueltos.

Ingold, la vida de las líneas.

  1. De películas y “especies” con final incierto.

“Si antes existía una distinción artificial entre la historia natural y humana, los científicos del clima ahora postulan que el ser humano ya no es solo un AGENTE BIOLOGICO como siempre ha sido, sino que se sobredimensionó su fuerza geológica, y , ahora,  es un AGENTE GEOLOGICO” (Chakrabarty, 2009: 53). Existem para el autor, dos nombres distintos y las consecuencias muy diferentes (p.57).

Difícilmente, en la Revolución Industrial, el ser humano se imaginaba el impacto a escala geológica que tendría su accionar a largo y no tan largo plazo. Imagino más bien una búsqueda del humano “prisionero del clima” (Descola, 2017,22) por estar mejor, más calefaccionado, mejor iluminado o medicado y más alimentado con menor gasto de energía de su cuerpo.

¿Quién se podría resistir a eso, estar cómodo con solo oprimir una tecla, dar vuelta a una manivela o pagar un servicio para que algún otro humano (esclavo o proletario) se lo brindara?

Pero como sostiene Hornborg: “El propósito consciente racional no es suficiente para mantener un sistema” (2001, 55). Los seres humanos nos fuimos convirtiendo así, sin quererlo, sin pensarlo, de “prisioneros del clima” a “fabricantes del mismo” (Descola, 2017,22).

Hoy, que hemos alcanzado cifras e inventado tecnologías a una escala tan grande como para tener impacto en el planeta en similar intensidad a lo que sucedió con los dinosaurios sesenta y cinco millones de años atrás, las diferencias entre las historias humana y natural se desmoronan.

Nuestro destino está unido al del planeta Tierra. Ya no es sólo la relación interactiva “como especie” que podemos tener con la naturaleza, ya no es más del tipo de “naturaleza” que estemos hablando, ni de la libertad sobre la que escribían los filósofos, escapándole a las injusticias, o la opresión (Descola, 2017, 58), como se cavilaba desde  el Iluminismo en adelante.

Antes, el tiempo geológico y la cronología humana eran independientes. Esto, según Chakrabarty, se ha derrumbado: “ La mayoría de nuestras libertades ha provenido hasta ahora de un uso intensivo de la energía” (Chakrabarty, 58)  y si nuestra libertad descansaba ( al menos en la tradición occidental) sobre la base del combustible fósil hoy estamos a punto de perderla porque consumimos la mayor parte del combustible que nos “hacía libres”.

Todo esto me recuerda a la imagen de un avión, cuando como pasajeros tomamos conciencia de que el depósito del combustible va unido a nosotros, o nosotros al depósito: si el piloto que maneja la nave no aterriza bien, el que se incendia es el avión… sí, pero con todos adentro.

¿No le bastaba a la humanidad –o a parte de ella ya que no todos los gatos son pardos- con sentirse parte de una condición biológica “superior” a la animal, que además necesitó crear un sistema que acabara con todo? Ofuscada, –porque tengo la sensación de que quizá ya sea demasiado tarde- respondo que no. ¿No nos detuvimos antes por falta de razonamiento o por qué fue que lo hicimos? Entre creyente e ingenua, me digo: creo que recién estamos tomando en cuenta lo que se avecina.

Descola confiesa que le costó percibir el carácter catastrófico del cambio climático y medir la diferencia de esencia entre antropización progresiva del planeta y el Antropoceno, pero después de cuarenta años evaluando interacciones entre humanos y no humanos en lugares que prácticamente no habían sido afectadas por la Revolución Industrial, no necesitaba convencerse de que la mayoría de los biotipos estaban afectados profundamente por la acción del hombre (2017,18).

Creo que fue nuestro “propósito consciente” el que nos llevó a seguir los  “destellos” de la satisfacción inmediata de necesidades básicas y después fue difícil echarnos para atrás. Descola sigue:

“Si bien estamos todos en el mismo barco del calentamiento global, es global para las ciencias que lo estudian” (no para el ciudadano de a pie) “no es lo mismo estar hacinados en los pañoles, primeros en ahogarse, a estar en primera clase, cerquita de las lanchas de salvamento” (2017: 23).

Esta metáfora de Descola, supongo, proviene de la película Titanic de Spielberg cuando las clases bajas con su hijos quedan atrapadas con cadenas que cierran las bodegas de la tercera clase, inundándose, y la orquesta sigue haciendo sonar sus violines en la cubierta. Para todos, o para casi todos, hubo un mismo final. Pero las jerarquías, la desproporción y el sufrimiento, no fueron los mismos.

Por eso voy a traer un ejemplo de una serie de la que hablaré más adelante, para ver de qué manera podemos echar mano como antropólogos/as, para difundir (no a través de revistas que leen -con suerte- seis o siete científicos amigos, o algún paper que circula entre colegas) y ver qué hacemos para tomar conciencia de la catástrofe que se nos viene encima, o hacia la cual estamos yendo mejor dicho, humanos y no humanos, responsables y no responsables “(ya que ninguna especie actúa sola) ni siquiera nuestra arrogante especie que pretende estar constituida por buenos individuos en los llamados discursos occidentales modernos” ( Haraway :16).

Voy a usar el capítulo 9 de la serie One Strange Rock (Una roca extraña), descripta por sus productores como una carta de amor o un redescubrimiento de la Tierra[1]. Allí hay una escena grabada en las Cuevas de Waitomo en Nueva Zelanda, donde el espeleólogo Logan Doull se interna para mostrarnos lo que hacen los Gusanos de luz, definidos por él como las “criaturas” más engañosas, feroces y repugnantes cuanto más se las estudia y se convive con ellas. Habría que considerar aquí lo que H. Artaud sostiene sobre la Metis (engaño): “el más débil usa el engaño para conseguir su objetivo” (92-93) y a Heredia cuando habla de Uexküll : “cada morfología de cada cuerpo tiene que ver con la percepción del mundo, con su UMWELT o mundo circundante del organismo que actúa y cambia respecto del organismo” (2014,57).

Pero, volvamos a las cuevas en las que se interna el espeleólogo. Son tan  oscuras –dice- que cualquier luz es increíblemente efectiva. Los “Gusanos de luz” que la habitan por alguna razón que no especifica; cuando tienen hambre, o sea, cuando necesitan consumir energía para continuar con su vida, brillan.  Es entonces cuando la Metis o engaño comienza a funcionar. Ese brillo atrae a los insectos que vuelan por la cueva – “que no piensan” dice el espeleólogo, o que piensan sólo en términos de subsistencia- vuelan hacia la fuente de luz y son atrapados por los Gusanos, que muerden o perforan los cuerpos de sus presas y succionan su interior obteniendo su comida- energía. Así como estos insectos “no pensantes” vuelan hacia los destellos de luz; nosotros los humanos, a partir de la Revolución Industrial, nos dejamos atraer por las “luces” y la energía fósil -cada vez más a nuestro alcance- que nos proporcionaba la tierra para obtener una vida más cómoda, sin preocuparnos por las consecuencias. Esto, ya sea por ocultamiento de las políticas extractivas, por ignorancia de los procesos necesarios para su obtención, o por creer que el “progreso” humano estaba por encima de todo lo demás.

Según Bateson “las relaciones de poder entre la conciencia y el ambiente han cambiado rápidamente en los últimos cien años, y la tasa de cambio en estas relaciones viene, ciertamente, creciendo con rapidez, de la mano con el avance tecnológico. El hombre consciente, en cuanto modificador de su medio, dispone ahora de la plena capacidad de destruirse a sí mismo y a este ambiente, con la más pura de las intenciones conscientes” (1972: 304).

Lo sé, no es muy alentador, pero creo que es lo que define a nuestras acciones como humanos. Como nos informa el espeleólogo de la serie: los insectos ven luz y van hacia ella, no importa del después. O como dice el tango “Naranjo en Flor”, de Espósito:

“Después, ¿qué importa el después? Toda mi vida es el ayer que me detiene en el pasado; eterna y vieja juventud que me ha dejado acobardado, como un pájaro sin luz”.

El pasado de frío, de falta de luz, de energía nos dejó acobardados y sin luz; y fuimos hacia ella, sin prestar atención a las dimensiones del iceberg contra el que nos iremos a chocar.Pero, como nos informa el doctor en corrosión, Ian MacLeod en el mismo capítulo de la serie cuando nos muestra en la Laguna Chuuk, de Micronesia, uno de los mayores cementerios de barcos del mundo (alrededor de cincuenta barcos japoneses ) y aviones ( más de doscientos cincuenta, hundidos por las fuerzas estadounidenses en la II Guerra Mundial): Toda la energía que se derramó en la fabricación de buques de guerra está allí esperando para ser liberada. Los “Rusticales” se parecen a estalactitas y son parte metal y parte microbios. Extraen la energía química del metal y la usan para crecer y reproducirse. El actor hollywoodense Will Smith, quien presenta la serie, continúa: “para nosotros, el metal es solo metal, pero para los microbios es comida”. Y vuelve el Dr. Mac Leod: “las primeras criaturas de la tierra fueron los microbios, y en el futuro, cuando toda la vida humana se haya ido, las bacterias seguirán aquí en lo suyo”.

Por tanto, como dice Haraway: “Al borde de la extinción” no es solo una metáfora; y el “Colapso del sistema” no es una película de suspenso. Pregunten si no a cualquier refugiado, de cualquier especie (…) tenemos un trabajo de mamíferos que hacer (…) más allá de cualquier metáfora que nos den las bacterias y los hongos” (Haraway: 20-21).

2. Esa extraña roca

Cuando vi por primera vez la serie Una extraña roca [2] ( One strange rock), recién comenzaba a cursar la materia Humanidad, Evolución Ecología. Quedé fascinada. Dos meses más tarde, a pesar de que mi mirada cambió, la serie me sigue fascinando. Me pregunto entonces qué es lo que me seduce tanto. Volví a verla, no una sino varias veces, y cada vez me sentía más atraída por el documental que mostraba la extraña roca en la cual vivimos y que quizá pronto ya no habitemos más.

Recurro a Ingold quien sostiene algo muy interesante sobre el aprendizaje:

“aprendemos prestando atención a lo que el mundo tiene para decirnos (…) Nuestra tarea, es la de aprender a aprender”. Gregory Bateson –antropólogo, cibernetista y disidente intelectual generalizado– lo llamó “deutero-aprendizaje (…) el propio mundo se vuelve un lugar de estudio, una universidad que incluye no solo a académicos profesionales y estudiantes disciplinados en sus departamentos académicos, sino gente proveniente de todas partes, junto con todas las otras criaturas con quienes –o para quienes– compartimos nuestras vidas y los lugares en los que nosotros –y ellos– vivimos. En esta universidad, cualquiera sea nuestra disciplina, aprendemos de aquellos con los –o lo– que estudiamos. El geólogo, por ejemplo, estudia con rocas así como con profesores; aprende de ellas, y ellas le dicen cosas.”

(Ingold, 2015: 220).

Tengo que aceptar que fue este estado de aprendizaje lo que me atrajo de la serie sobre nuestra “extraña roca”; a pesar de tener una faceta que me desagradaba : cuando el discurso se tiñe de moralidad “yanqui” de tipo neo-darwiniano, el famoso We can, bro’! We are americans! Pero, Descola, como siempre, me aclaró un poco el panorama: “las éticas de medioambiente prosperan, sobre todo, en las tierras de conquista del puritanismo anglosajón y en las regiones septentrionales de Europa, donde nacieron en el SXIX distintas variantes de esa Naturphilosophie” (Descola:289).

Como hija y nieta de austrohúngaros, me concierne la segunda parte de la cita por lo heredado y lo aprendido que forma parte de mi personalidad, pero que es una “nebulosa” compuesta de tantas piezas tan imperceptiblemente mezcladas y vinculadas, que solo, cuando me siento a analizarla, descubro que es pura “fusión y confusión” (Butler: 74). La serie, además, tiene lo que mi madre me aconsejaba siempre para detectar una buena película: la capacidad de generarme preguntas. Montones de preguntas se me venían a la mente -¿solo a la mente? preguntaría la hija de Bateson en sus Metálogos- (1972).

Analizándola desde mi experiencia en el cine, más allá del “deutero aprendizaje” me gustó por su guión. No es lineal, diría Ingold, no va de A á B sino que de cada punto que toca, abre un mundo interconectado, como si titilaran al mismo tiempo todos los lugares del planeta Tierra. ¿Serán los “destellos” de los que hablaba Uexküll?

Las experiencias que muestra la serie son múltiples y desde distintas perspectivas. No solo cuando los astronautas están filmados fuera de la Tierra, visión muy privilegiada por cierto; sino que en off, se narran las visiones desde los mismos nativos. Esta multiplicidad de visiones, hace que la serie sea muy atractiva pues como diría Bateson en el documental de su hija Nora: siempre, dos o más descripciones son mejor que una, ya que construimos nuestra objetividad a partir de subjetividades[3]. Descola, quizá, diría que esta serie me gustó por sus “analogías” o correlatos “entre micro y macrocosmos” (1972: 301). Le contestaría que sí, que obviamente, pero que para mostrar esas analogías hay que saber cazar imágenes tan subyugantes y correspondencias tan precisas entre tanta vastedad de experiencias terrícolas. Citando a Leopold y la cita que Descola hace del mismo: “saber cazar es saber encontrar a la presa, y saber encontrarla es adoptar el punto de vista del animal buscado, percibir las cosas a su manera, ponerse en su lugar” (1972, 293).

El que pergeñó esta serie, entonces, se había puesto en mi lugar y me había “cazado” desde el punto de vista perceptivo, mostrándome ese “entrecruzamiento de destinos y deseos que tejen la trama del mundo en movimiento” (1972:294) que tanto me gusta.

También, para sumar a otros autores que vimos en la Cátedra, en vez de usar la cita de Leopold, podría haber escogido a Uexküll, quien, según Heredia “introduce el concepto de Umwelt diferenciándolo de dos nociones, la de Umgebung (entorno físico y geográfico, característico de la percepción humana) y la de Welt (mundo o universo, de la ciencia); frente a ellas, el concepto busca captar la construcción subjetiva específica del animal” (…) “el mundo de percepción (Merktwelt), la semiósfera propia” (2014, 22) yo, en tanto animal, cuando hablo de mi mundo perceptivo, hablo de mi  “particular forma de percepción, (…) permeable sólo a un conjunto limitado de señales, o portadores de significación (Bedeutungsträger)” (2014:23).

Esto quiere decir que mi atracción hacia esa serie se daba porque yo respondía a los estímulos que me aportaba. Ejemplos, el haber estudiado cine, oel ser hija y nieta de austrohúngaros. Pero, como también el otro aspecto de la Umwelt es -siempre siguiendo a Heredia en su libro sobre Uexküll- un mundo de acción (Wirkwelt) y éste es complementario al de mi percepción (Merkwelt); la relación entre esos dos mundos, la relación entre señal y acción, se encontraba mediada por una subjetividad con la que se constituye mi mundo circundante o en este caso, la experiencia de esta serie y mi fanatismo por ella. “El trabajo de traducción (…) se opera en la relación amplificante de (mi) mundo interior sobre el entorno exterior” (Ib.:24).

“…Aquí podemos echar un vistazo a los mundos de los pequeños habitantes de la pradera. Para ello, debemos primero crear imaginariamente una burbuja de jabón alrededor de cada criatura para representar su propio mundo, que contiene las percepciones que solo ella conoce. Cuando entramos a una de estas burbujas, la familiar pradera se transforma. Muchas de sus características y colores desaparecen, otras no aparecen más juntas sino en nuevas relaciones. Un mundo nuevo nace…”

(Uexküll,1934, 4)

quiere decir que no solo mi percepción era lo que me atraía de la serie, sino que ella reproducía la construcción que yo hago del mundo, mi mundo, que es también como la de Ingold, o Bateson; “rizomática”, relacional. En tanto animal perceptivo y activo, entré en ese mundo nuevo de la serie, viví en esa burbuja que representó mi propio mundo, a pesar de no haber estado jamás en ese set de filmación, ni haber –mucho menos- jamás pisado una nave espacial. Y entonces, ate cabos.

3. Una noche de luna llena en Devoto, San Martín y Villefranche.

Siempre anudo cuerdas que conectan, que relacionan las experiencias de mi mundo en el peregrinar por los distintos países en los que viví como pintora y, “la cuerda sigue entretejiéndose, siempre en proceso –y como la vida social- nunca acaba (…) En la topología del nudo, es imposible discernir lo que es interno de lo que es externo” (…) en un mundo de vida, el anudar, es el principio fundamental de coherencia” (Ingold, 2018, 36).

Me gusta Ingold, porque se sirve mucho de los artistas para establecer lo que debería ser una nueva antropología, una que discuta nuestros viejos paradigmas dicotómicos. Encuentro que los artistas –entre muchos otros, los cineastas- pueden conectar mucho mejor con mis búsquedas a respuestas antropológicas que algunos antropólogos ya reconocidos y nombrados hasta el cansancio.

“Nadie –ningún grupo indígena, ninguna ciencia especializada, doctrina o filosofía– tiene la clave para el futuro, si es que existe. Tenemos que hacer el futuro por nosotros mismos, pero eso solo puede hacerse mediante el diálogo. El rol de la antropología es expandir el espectro de este diálogo: hacer de la propia vida humana una conversación. Sin embargo, desde hace ya varios años, algo ha estado tensionando mis anclajes disciplinarios. Tengo la impresión insistente de que la gente que realmente está haciendo antropología, hoy en día, son los artistas.”

Ingold, 2015, 220

Por eso, la otra noche, cuando volví de la UNSAM y repensando todo lo que habíamos hablado en clase, sentí que tenía que dejar de lado mi propósito consciente que consistía en escribir este ensayo y aceptar con humildad batesoniana, el devenir.

Al fin y al cabo, este autor sostiene que el remedio para los males del propósito consciente estaría en manos de cada uno. Ya sea a través del inconsciente, o sueños (yo estaba sumamente desvelada), o arte (a esa altura de la noche tampoco tenía ganas de ponerme a escribir y mucho menos a pintar). Estas –dice Bateson- “son todas actividades en las que está implicado el individuo en su totalidad” (1968)[4]. Voy a parafrasearlo ahora, cuando en su conferencia –ver nota al pie- menciona el caso del pintor que quiere vender su cuadro: como estudiante yo tenía el propósito consciente de hacer este ensayo y, hasta quizás un propósito consciente de escribir el mejor parcial. Pero en el curso de mi trabajo tenía que aflojar necesariamente esa arrogancia en favor de una experiencia creativa en la que la mente consciente desempeñara sólo un pequeño papel. “Podríamos decir que en el arte creador el hombre tiene que experimentarse a sí mismo —su personalidad total— como un modelo cibernético” (Ib:2018)

Aflojé con mi arrogancia, y decidí que para hacerlo, debería ver alguna película que me distrajera, algo que no tuviera nada que ve ni con la materia, ni con la serie que yo había elegido para analizar en clave antropológica. Con nada. Y entonces, por azar ¿azar? apareció una serie policial franco-belga. Comencé a ver, entonces, Zona Blanca[5] (2019, de Mathieu Missoffé).

Esta película se desarrolla en un pueblo belga, rodeado de 40.000 hectáreas de bosque, al que custodian solo cuatro gendarmes dirigidos por una Mayor, la Sargento Weiss. Como nota de “color” Weiss significa blanco en alemán, pero también forma parte del Yo sé, Ich “weiss”; y para los que hablamos el español, el blanco tiene varios significados: el que me interesaba más era el de hacer “un blanco” en mi mente, para comenzar a ser más creativa. Es más, la serie estaba presentada por EGO Productions y la storyline decía: cuando la naturaleza se rebela, el hombre no es más la única amenaza.

Al par de horas, la Mayor Weiss se reveló como una “animista”, pero no una animista declarada, sino que competían en ella sus creencias, las que creía a pie juntillas, con su profesión donde las debía disimular todo el tiempo.

O sea, por dentro, podría ser una chamana de One strange rock, por fuera era la Gendarme Mayor de Villefranche. Después de varios incidentes, que no tiene caso comentar, ve a “Cernnunos”, un ser del bosque parecido a un reno o ciervo. “Cernnunos” busca venganza por lo que algunos hombres le hacen al bosque, y la había encadenado en un lugar al que ella encuentra después de veinte años. Había en el film una noche de luna llena que daba miedo. No solo al pueblo de Villefranche sino a mí misma, ya que al mirar la luz que entraba por mi ventana, ¡oh! casualidad ¿casualidad?, me di cuenta de que la luna estaba llena. El que lea esto dirá, está hablando en un lenguaje de naturaleza analógica según Descola. Pues sí.

“No se sabe hacia qué lodazal de supersticiones podemos vernos arrastrados, si cortamos amarras con esos aspectos superficiales de las cosas, los únicos en los cuales nuestra naturaleza nos permite ser reconfortados” (Butler, 2013: 76). El dejarnos llevar, a veces produce este tipo de situaciones. Jamás imaginé que una serie que quise ver para distraerme, me iba a llevar directamente a la naturaleza animista. Y no era un documental sobre los Achuar de Descola, ¡era una serie elegida al azar en Netflix!

Cuando dejé de lado mi propósito consciente de intentar exigirle a la mente escribir para el ensayo o parcial, fue como un “destello” de Uexküll, o como una araña de la red cibernética: esta serie, saltó sobre mí, yen su devenir, realizó otro nudo en mis disquisiciones antropológicas.

Me planteó entonces un diálogo entre las dos series: una, naturalista al cien por cien, se encaprichaba en querer ser la elegida para hablar de ecología, naturaleza, instintos varios y perspectivas rizomáticas. La otra, se aparecía ante mí como un animal al que no esperaba, pero que venía a decirme mucho más sobre la naturaleza como sujeto, aún sin nombrarla.

“One strange rock” no es “animista”, es de un naturalismo con un propósito consciente: el de que “los humanos se formen una idea adecuada de su lugar y su responsabilidad en las interacciones ecológicas, (…) para que se representen sin arrogancia las finalidades y las orientaciones de vida de otros componentes de ese súper-organismo que contribuyen a animar”. De allí que Leopold sugiera “pensar como una montaña”, para mantener el equilibrio que debe respetarse entre los lobos, los ciervos y la vegetación (…) en algún modo, de una profesión de fe animista” (Descola, 1972: 295) como la que podría encontrarse en la serie Zone Blanche. 

Aquí sí, la mayor Weiss, (y algunos otros personajes de Villefranche) están convencidos de que “El Bosque” habla, “La Luna” vuelve locos a los cazadores cuando está llena; “Los Cuervos” disfrutan cuando muere alguien, o el último “Lobo de la villa”, “el sobreviviente”, en vez de atacarlos, los guía hacia una pista que ni ellos mismos saben que están buscando. El bosque para ellos “es” su hermano, su padre -o hasta su peor enemigo- y está dotado de alma, de vida, de voluntad y de conciencia. Sangra, devuelve lo que quiere, y lo que no, se lo queda para él.

“Sin duda, el primero exige que se proteja a ciertos animales por lo que son, es decir, sujetos (…) los segundos admiten que desde hace mucho que la mayoría de los animales son sujetos” (Descola, 1972:293). Así lo veía, al menos, la Mayor Weiss.

Ya casi amaneciendo, se deslizó un papel de un grupo de apuntes que andaba dando vueltas por mi mesa de trabajo. Siempre, en esos días, lo había visto abrochado junto a los demás. No sé cómo, se abrió del fajo y cayó boca abajo frente a mí. Lo levanté, y leí mi letra manuscrita. Era una canción que copié hace más de diez años cuando vivía en Lanzarote y vi la película ¡Spider! De Cronenberg:

Sobre las montañas y sobre las olas, bajo las fuentes y bajo las tumbas, bajo las inundaciones más profundas a las que se rinde Neptuno. Sobre las rocas más pronunciadas, el amor encontrará su camino. Donde no hay lugar para la luciérnaga, no hay espacio ni para una mosca,donde el mosquito no se aventura por miedo a morir, el amor llega y él, encontrará su camino. Puedes admirar a un niño por su poder, o puedes creerle un cobarde por su huida; pero si ella, que al amor honra, se esconde a la luz del día, miles de soldados la custodiarán y el amor, encontrará su camino”.

Rendida, busqué, lo que decía sobre el propósito in-consciente Bateson:

“Por último, es éste el lugar de mencionar algunos de los factores que pueden actuar como correctivos, zonas de la acción humana que no están limitadas por las estrechas distorsiones del acoplamiento mediante el propósito consciente y donde la sabiduría puede predominar. De ellas, indudablemente, la más importante es el amor” (Bateson:1972, 305).

Y sí.

Bibliografía:

ARTAUD, Helen; (2012) Sobre una antropología sensible del mar.

BATESON, Gregory; (1968)Dialéctica sobre la Liberación.

BATESON, Gregory; (1972)Hacia una ecología de la mente.

BUTLER, Samuel; (2013)Vida y hábito.

CHAKRABARTY, D. (2009) Clima e historia: cuatro tesis.

DESCOLA, Philippe (2005); Mas allá de Naturaleza y Cultura.

DESCOLA, F. (2017) ¿Humano, demasiado humano?

ESPOSITO, H. (1944)  Tango Naranjo en flor.

HARAWAY, D. (2015). Antropocene, Capitalocene, Plantionocene, Chtlulucene: Making Kin.

HEREDIA, Juan Manuel;(2014) Jakob von Uexküll, portavoz de mundos desconocidos,.

HORNBORG, (2001)La ecología como semiótica.

INGOLD, Tim; (2018) La vida de las líneas.

INGOLD, Tim; (2015) “Conociendo desde dentro: reconfigurando las relaciones entre la antropología y la etnografía”, Etnografías Contemporáneas 2 (2), pp. 218-230.

UEXKÜLL, Jacob;(1934) “Streifzüge durch die Umwelten von Tieren und Menschen Ein Bilderbuch unsichtbarer Welten”. (https://link.springer.com/book/10.1007/978-3-642-98976-6)


[1] https://www.eltiempo.com/cultura/cine-y-tv/nat-geo-estrena-la-serie-one-strange-rock-con-will-smith-197924

[2] La storyline que proporciona la National Geographic dice de la serie One strange rock: ¿Estás seguro del lugar en qué vives? No deberíamos estar vivos.

[3] An ecology of mind, 2011, film de Nora Bateson. 

[4] Esta conferencia se pronunció en agosto de 1968, en la Conferencia de Londres sobre la Dialéctica de la Liberación. (https://comunicacionyliteratura.blogspot.com/2015/12/proposito-consciente-y-naturaleza-por.html)

[5] Una zona blanca es una parte del territorio que no cuenta con cobertura de redes telefónicas o de internet.

Deja un comentario