La noche de San Valentín me enamoré de Henri Henri

La vida tiene tantos recovecos que muchas veces me hacen perder. Es como un gran laberinto que le da soga a mi curiosidad de geminiana. Voy por acá, no, voy por este otro lado mejor; mmm…me parece que éste es el verdadero.

Así pasé ( y seguiré pasando) gran parte de mi existencia. Probando. O como una vez me dijo mi hermana, buscando eternamente .

Y sí, el que busca encuentra, podría afirmar en un día optimista como el de hoy. O hay que alejarse para poder volver, sería una afirmación de tono más bíblico. O, todos los caminos conducen a Roma, podría afirmar si me concentro en mi formación grecolatina o incluso, si le hago caso a mis ancestros. Pero no siempre estoy así de convencida de que buscar es la única solución antes de darse por vencido, o de entregarse al final. Aunque sepa que es lo mejor, no cedo.

Ayer a la noche, cansada de ennoblecer y reparar una casa que creí por un momento -de esto ya hace muchos años- que sería mía pero que, en los papeles, que al final parecen ser* los únicos que valen en este mundo, comparto con muchos más; decidí ceder al cansancio, hacerle caso a mi cuerpo magullado y emponzoñado en dos de mis articulaciones preferidas- muñeca y rodilla- por dos lindas ronchas inflamadas alrededor de cinco centímetros ; y quedarme «at my home», como dicen los ingleses; «chez moi», los franceses; o «zu hause», los alemanes. Aclaro que no es para dármela de culta ni políglota, sino para traducir la sensación de lo que para mí es quedarme en mi hogar, que no es mi casa en los papeles.

Al principio me sentí culpable de esa elección, ayer me había invitado a su recital una de mis mejores amigas, Analía Nocito y su banda. Le había prometido ir y es más, estaba segura de que iba a ir. También, si hubiera querido traicionar a Analía, estaba en la ciudad Jaime Torres, y era una noche para escucharlo en un parque como el de Villa Victoria, como se anunciaba. Así que culpable podía sentirme por dónde quisiera, pero mi amor por el cine, y el cine francés más particularmente, y por Mi festival de cine francés mucho más específicamente, me quitó la culpa.

Elegí una película que tenía ganas de ver desde que comenzó el festival: Henri Henri. Vanía precedida de unos comentarios como el de Voir.ca : «La opera prima de Martin Talbot con su fantasía y buen humor es un inusual fragmento de optimismo», el de Canoe : «Forrest Gump se encuentra con Amélie Poulain» y el de la Prensa, el que más me tentaba:»Los habrá que salgan de ver Henri Henri con el corazón alegre y la mente llena de esos deliciosos planos-secuencia de una pátina que recuerda la de las películas de Wes Anderson, Tim Burton y demás creadores de la gran pantalla». Yo no quería salir, sino quedarme, pero con el mismo corazón contento.

La descripción según el festival me hacía recordar a una de las películas más conmovedoras que vi en mi vida, la noruega Elling de Peter Naess, que también me dejó el corazón alegre por mucho tiempo:

Huérfano olvidado por todos, tímido y retraído, Henri conserva las lámparas y luminarias del convento donde vive desde su más tierna infancia. Obligado un día a salir de los muros protectores de la institución, el joven entra de pronto en un universo extraño para él. Impulsado por una inocencia cándida, intentará sacar de la oscuridad a las personas que, igual que él, están aisladas. Sobre todo intentará reavivar la llama en el corazón de Hélène, la bella cajera que vive en un mundo oscuro y sin luz, de la que está secretamente enamorado.

Así fue que vi a Henri Henri y quedé tan contenta y enamorada de él, de su simpleza y su vida sin tanto estrago intelectual, sin tanta especulación existencial, sin «boludeo» artístico; que me dormí después como una bendita; sin tomar ninguna pastilla para olvidarme del mundo porque lo quería recordar, quería pensar como cuando era chica, en la cama y a a la hora en que nadie molesta, en mi Henri. Quería aprender de él y  de tantos a los que representa: «Los patitos feos» los llama Boris Cyrulnik. Atentos a los «divinos detalles» a los que siempre recomendaba prestar atención Navokov.

Entonces, como me diría el mismísimo Henri de quien me enamoré perdidamente anoche y entrando en la fecha de San Valentín, me dije, a vivir Dianita, a vivir con más esperanza. Total, no sabés lo que te depara el destino…

Si quieren compartir ( ¡fui gemela! ¿qué le voy a hacer?) mi sensación, suscríbanse al My French Film Festival 6ta Edición -online- antes del 18 de febrero y enamórense perdidamente de Henri Henri.

Henri Henri

* Nótense el cambio que me produjo el amor, que en vez de un contundente ser, adopté el parecen ser.

 

 

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