El saber como peligro

Como casi todos los primero de enero, empecé el año queriendo distraerme, nada de hacer trabajar la cabeza, nada de rumiar ni nada.

Había comida en la heladera y frutas como para pasar el día tirada en la cama. Una afonía que empeora cada vez que hablo, me terminó de convencer.

Les mandé antes, a los que realmente quiero, un saludo por el canal más promiscuo, mentiroso, pero rápido para este tipo de cosas, Facebook; y me dediqué a leer y ver películas.

Todo lo que haré–pensé convencida y hasta anoté en una especie de agenda que tengo- es despejar la cabeza de malos humores, como diría alguien del Renacimiento o incluso de la Antigüedad más clásica y rectora de nuestra civilización judeo cristiana, y comenzaré así con pie derecho el recién estrenado año.

Pero como siempre repito y escribo, a mí los clásicos no me hacen caso ni me apuntalan. Vienen en mi ayuda, los sacrílegos señores y señoras de todo tiempo y lugar, que algunos llamarán brujos, otros abuelos, otros fantasmas o gurúes, y vaya a saber cuántos nombres más les pueden encontrar.

Vienen y me embarullan con sus pensamientos, leídos sí, alguna vez en algún sitio, pero más que eso, oídos y confirmados en el día a día de mi vida de nómade.

Los saberes populares, de civilizaciones dormidas o escondidas adrede por los hombres de nuestra cultura, esos son los que me habitan.

Así que todo lo que vi sin querer, repito, fue contrario a mis intentos de despejarme y quedé, sin poder hacer nada, más que entregarme a mi tristeza, la tristeza del que sabe.

Pero, les cuento, para que me entiendan bien a qué me refiero.

 

 

 

room
Room

La película que me noqueó a eso de las seis de la tarde, fue la de Room, una chica (Brie Larson) secuestrada por siete años en una habitación junto a su propio hijo: un divino Jack (Jacob Tremblay), de cinco años y con el pelo largo como una nena; que no conocía el mundo sino a través de los cuentos de su madre, de la tele y de una pequeña claraboya del cobertizo donde estaban secuestrados.

Durísima película para cualquiera, pero, si el que la ve estuvo alguna vez en situación de encierro forzoso aunque hay sido por un día, mucho más. No voy a contar la trama, sólo quiero decir que como el nene de la película, yo odio a veces, saber más del mundo de lo que me habían enseñado.

Busqué después, haciéndole caso a mi gemela, algo no tan biográfico o que recuerde a una parte dolorosa de mi vida, sino que me diera coraje: algo que me convenciera de que la vida puede ser bella, y el ser humano, el mejor aliado de sus congéneres y no un Homo homini lupus: el lobo depredador y traidor que suele ser.

Le di la chance a Joy, una película basada en la historia real de una ama de casa, que se hizo famosa y rica por sus inventos. Joy, siempre soñó con diseñar cosas que sirvieran a la gente. Tranquilamente puede funcionar como el paralelo de la película Armi, basada en la vida de Armi Ratia, la dueña de la tienda finlandesa Marimeko.

Aunque en la vida real se parecieron bastante, (mujeres digamos naifs, escondidas entre sus tareas cotidianas , su familia y su trabajo , ambas, en un momento se transforman en fieras para luchar y ser conductoras de sus propios destinos, aunque en su lucha por ser ellas, cambiarán el destino de muchos más) en las películas, los tratamientos, son opuestos. Armi, que vi hace un par de meses, es desgarradora y oscura como el país del que salió. Joy es una peli bien yanquie, los expertos en optimismo.

La actriz que hace de Joy, Jennifer Lawrence, y el de su padre, Robert De Niro, son estupendos: el guión aunque es autobiográfico, no lo es, y es una pena, porque con la historia real de esa Joy, se podría haber hecho un peli magnífica como la de Ridley Scott, que vi en tercer lugar: The Martian. Director que mostrando dos locaciones de lo más alejadas, Marte y la NASA, no habla de yanquies, sino de la humanidad entera. Como con sus Replicantes, hace tantos años atrás, está el hombre y su naturaleza, cómo se escribe la historia, de dónde están los buenos y de dónde los malos, si es que los hay. Qué hacemos en la búsqueda por sobrevivir ¿Nos traicionamos entre nosotros como el padre de Joy hace con ella, como el  director de la NASA con el astronauta perdido en Marte, como la madre del pequeño Jack , que sin querer joderlo lo hace de la peor manera, o agachamos el lomo y nos dejamos basurear soportando agónicamente una vida de tercera o cuarta?

A las dos de la mañana mi cabeza era un caos de preguntas y suposiciones, como verán. Pero como además de estas tres películas (con la intención de desengancharme del todo) entre película y película, leía una tesis sobre otro hombre: Marcos Curi se me sumaban los recuerdos y el hartazgo del mundillo artístico.

Marcos Curi, fue, el mejor coleccionista de arte que tuvo la Argentina y yo lo conocí bien. Muy bien. Él, fue mi padre en el Arte. Me enseñó, como la madre de Jack, a distinguir lo que era la vida real de la estúpida vida que se vende en un «mercado» de arte. Él, me enseñó quién era yo y quién era quién , dónde estaba el trepador y dónde el peligro en el submundo del glamoroso arte.

Él, que le hizo ganar fortunas a tantos artistas, y que a pesar de tener tanto dinero jamás dejó de ayudar al que necesitaba seguir pintando, murió pobre en un hospital público, pidiendo para poder dar una propina al enfermero que lo limpiaba.

Y sin embargo al autor de la tesis, lo pudo más su afán de gloria. Si bien documenta y expone una cantidad de datos; cuenta la vida de Marcos, vida tremendamente pasional y de total bajo perfil, sin pasión, sin tomar partido ni jugarse.

Ocultando datos, escondiendo dimes y diretes, arrogándose la obtención de testimonios de los que sin la venia de esta que escribe- tengo pruebas en nuestra correspondencia de mails- jamás hubiera podido obtener.Hace cuatro, cinco años atrás, su tesis tenía un hueco por donde se filtraba el aire, no hacía pie y estaba sin columna vertebral.

A quien llamé y convencí de hablar, es el que estuvo a su lado en el hospital, el que le daba la plata para propinas, pero también hoy es alguien que calla y otorga, que no me da a razón, alguien como el padre de Joy, o el director de la Nasa.

El autor de la tesis no sólo no fue capaz de agradecerme esa llave que abrió la puerta principal, sino que agradece a gente a la que yo convencí que hablara para ella, agradece a otros que por figurar hicieron cualquier cosa, y lo que más me dolió  es que agradece a otros a los que Marcos, ya en 1987,  me señalaba como las peores alimañas y que tuve después la ocasión de comprobarlo. Pero son hoy, sin embargo, considerados artistas reconocidos y glamorosos.

Podría seguir, pero qué sentido tiene, cuando ya el 2016 se echó a rodar y el primer día me arruinó las ganas de creer en el hominis pro hominis que me había dejado El Marciano de Ridley Scott.

Mejor -pensé- intentar otros caminos, volver a ser la señora de mi casa y prepararme un desayuno rico. La historia, y sobre todo ese Dios en el que creo, ese poder universal que no me vendió un libro, sino la vida en momentos de total desespero o (para el lector ateo) de total cobardía; se encargarán de poner las cosas en su lugar. Para eso rezo, como decía el personaje encarnado por Hopkins en  “Tierra de penumbras”basada en la vida del escritor C.S. Lewis: Yo no rezo por él, quizá él no exista, rezo por mí.

 

Esta noche se me ha vuelto a abrir todo el infierno de la herida reciente: las palabras insensatas, el amargo resentimiento, el mariposeo en el estómago, la irrealidad de  pesadilla, el baño de lágrimas …

…Creí que podría describir una “comarca”, elaborar un mapa de la tristeza. Pero la tristeza no se ha revelado como una comarca sino como un proceso. No es un mapa lo que requiere, es una historia, y si no dejo de escribir esta historia en un momento determinado, por caprichoso que sea, no habría razón para que dejara de escribir nunca.

C.S. Lewis, Una pena en observación o A Grief Observed 

 

 

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